La imagen a tratar es una de las más ampliamente conocidas de la obra de José Guadalupe Posada (1852-1913), y se publicó en el número 2 de
Una década después, gracias a los cambios de los intereses artísticos en México y al interés en un arte popular y arraigado en lo mexicano, la recuperación de la obra de Posada fue posible. La generación de artistas postrevolucionarios lo resucita, pero con una dimensión distinta: Posada se ha convertido en un artista único y revolucionario, en paradigma de la nueva generación. Leopoldo Méndez lo representa al lado de Flores Magón, mientras mira y bosqueja la escena que inspiraría justamente la imagen que se analiza en este trabajo. El mito se inicia y su obra, a la vez que se difunde, sufre una reducción pasmosa. El rescate lo estereotipó en el artista que se burla de la muerte, en el hombre que se enfrenta heroicamente a un régimen opresor, elitista y soberbio, a través de los grabados que Antonio Vanegas Arroyo publicó en sus impresos populares; en el artista revolucionario defensor de un pueblo que sufre; en el Posada que, como Goya, retrata la miseria y la tragedia humanas. Y parte de ello alienta indudablemente en su obra, pero al acercarse a ésta y a los poquísimos datos fidedignos que se tienen acerca de su vida, el estereotipo se desdibuja y su imagen se enriquece y se hace compleja.
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